miércoles, 2 de abril de 2014

Lo duradero

Les traigo un recuerdo de mi infancia: en los fríos inviernos, a mis hermanos y a mi nos gustaba estar en la cocina, porque allí estaba el fogal que emitía un calorcito que no teníamos en los otros cuartos (porque llamarlos habitaciones sería exagerar). Intentábamos que no se apagara, pues de ese modo, se mantenía un agradable clima. Cuando nos retirábamos a dormir, se le colocaba al lado un buen tronco, que a la mañana siguiente sirviera, junto a otras brasas, para volver a encender nueva leña. De esa manera el “fuego” de la fe nunca se extendió en casa.